Una bocanada de lucidez. Una denuncia del individualismo-aislamiento forzado y el miedo inducido por el régimen y su poder paralizante. Artículo de Paco Roda, extraido de: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=162430&titular=%A1aguanta-o-revienta!-
¡Aguanta o revienta!
La democracia se basa en la convicción de que en la gente común hay posibilidades fuera de lo común.
Harry Emerson Fosdick
La gran respuesta está escondida en el magma del desconcierto. Nadie da
crédito a lo que ocurre. Muchos elucubran, analizan y psicoanalizan el
presente y sus estertores, pero la mayoría desbarran. No por ignorancia,
sino porque lo que ocurre pareciera que ocurriera más allá de la
verdad, más allá de lo posible e imposible. Sí, hay manifestaciones,
protestas varias, cabreos generalizados, encierros, caceroladas y
convocatorias de todos los colores. Incluso la conciencia social ha
despertado del letargo posmodernista. Cierto. Todo se sabe, todo está
dicho sobre la desdicha de este presente inmundo: millones de parados,
recortes crueles, sueldos, pensiones y subsidios de saldo; muertes, EREs
y suicidios por desahucios; usureros que van de banqueros beatos,
millonarios filantrópicos que doblan su fortuna, enfermos que se pagan
la ambulancia hacia la muerte y políticos cínicos que instigan a la
austeridad ajena ganando 150.000 euros al año sin que se les mueva el
músculo de la vergüenza. Y también vendedores de palabras que actúan
como dosis de arsénico. Nunca tan pocos engañaron a tantos y les
cobraron por ello. Todo está dicho, por activa y por pasiva. Sabemos lo
que pasa y por qué nos pasa. Sabemos la verdad más íntima de este
escandaloso funcionamiento del mundo, de este girar enrevesado de la
historia, de esta vuelta atrás en busca de una protección personal que
nos libre de la vista asquerosa que ofrece la realidad. Lo sabemos todo.
Y sin embargo algo, en lo más profundo de nuestra luminosidad, nos
impide hallar la luz. La luz para entender por qué Los Miserables no
se representan ya entre nosotros, por qué el estallido social se hace
esperar tanto, por qué la toma de La Moncloa no se ejecuta de inmediato,
por qué tardamos tanto en secuestrar banqueros y pedir rescate por
ellos. Sobran razones. Sus sustracciones y raterías las han realizado en
nombre del libre mercado, pero en realidad las han hecho en nombre
propio. ¿O es que acaso la ciudadanía no es rehén de ellos?, ¿O es que
acaso no hemos sido secuestrados por manos blancas ensangrentadas de
avaricia y vicio político?
Todo está dicho. Todo ocurre de
manera insondable sabiendo que el futuro imperfecto espera el descenso a
los infiernos de la austeridad. Y ustedes se preguntarán cuándo
despertaremos, hasta cuándo, hasta dónde vamos a aguantar tantas líneas
rojas sobresaltadas. Incluso sabemos que podemos aguantar más. Mucho
más. Sabemos por los expertos, que la familia es el gran amortiguador
social del desencanto, que la economía en negro, blanquea y purifica las
penurias económicas de cinco millones de parados, que los abuelos y
abuelas están frenando la rebelión porque ellos y ellas están
sosteniendo las barricadas que aún no se han levantado. Creemos que todo
es irreal, que no es posible, y quizás por ello entendemos que no tiene
ningún sentido fatigarse en demostrar lo contrario. Sabemos que el
miedo, el miedo a perder lo que se tiene, sea poco o nada, es muy
paralizante, incluso autodestructivo. Es ese miedo social de quien,
sabedor de su pasado desahogado, no desea arriesgar más de la cuenta. Y
asume los ajustes y recortes como un mal menor. Eso lo sabemos. Son
leyes sociológicas, lógicas del comportamiento, dinámicas privadas de la
conducta social. Pero aún así nos preguntamos por qué. Si todo está a
punto para el desembarco, si tenemos la evidencia de los hechos, si
sabemos, con nombres y apellidos quien ha causado esta hecatombe, si
están ahí, con acusaciones en firme, por qué no actuamos.
Me
gustaría saberlo a ciencia cierta. Pero sé que la verdad ha sido
secuestrada hace tiempo. Aunque algo intuyo. Vicente Verdú, en el
artículo publicado en El País titulado “La fertilidad del miedo”,
adelanta algo. Dice que “las protestas se disuelven en las aguas
amargas de la cólera efímera”, como si esa rabia que nos inunda ante
tanto despropósito fuera incapaz de concretarse en algo brutal y
colectivo, en un empuje contorsionado, como lo fueron otras revoluciones
que alteraron el orden del mundo. Es verdad. Pero el mismo autor, tal
vez sin darse cuenta, creo, aporta la respuesta, la gran respuesta
incapacitante de nuestra cólera efímera. Dice que en la “Red, en la
radio, en Cáritas, en Médicos sin Fronteras o en la tendencia de la
multicaridad se siembra la luminosa acción de auxiliar al otro”. Eso es.
Es en el ámbito de nuestra privacidad caritativa donde encontramos el
consuelo ante tanta desazón. Es en nuestro gozo o desgozo interno y
privado desde donde operamos. En la absoluta soledad despolitizada de
nuestra privacidad desconectada de los otros. Porque desprovistos del nosotros revolucionario
no podemos provocar ni convocar ninguna revolución. Porque estamos
sometidos a la tiranía de la privacidad de los múltiples actos de
palabra, obra y omisión que ejecutamos cada día. Sin darnos cuenta,
nuestros actos solo tienen un destino, nuestro propio yo. Porque el nosotros
social ha sido pulverizado, ha dejado de existir, los demás están ahí,
con sus penas, ictus, desajustes, despidos, recortes, subsidios de
miseria, disfunciones, exclusiones, amenazas, soledades, pobrezas,
precariedades y destinos sin presente. Pero no están con nosotros.
Porque ya no forman parte de él. Así van surgiendo iniciativas que
buscan, con las mejores intenciones, supurar las heridas de la gente y
paliar las desgracias diarias. Pero alejadas de la solución colectiva.
Como si reconociésemos desesperanzados que solo la nueva
asistencialización puede sufragar nuestros males. Y eso nos aleja de la
revolución colectiva.
Si me preguntan, ¿entonces qué tiene que
ocurrir para que esto cambie, para que salgamos a la calle y actuemos en
serio? Les diré que tiene que pasar tiempo. Para reconstruirnos como nosotros
revolucionario. O, que quien nos dirige no controle la tensión del arco
de la historia. Rajoy sabe que ya no hay líneas rojas que le impidan
llevar a cabo su holocausto social. Y lo sabe Merkel y los dirigentes
mundiales y quien manda en el Fondo Monetario Internacional. Lo saben en
el Banco Central Europeo y también los gánsteres de la banca española y
mundial, y los terroristas económicos que alteran los mercados. Lo
saben. Por eso juegan. Porque hay algo que tienen controlado: el miedo
social y colectivo a la pérdida del presente, el justo y necesario
engaño a través del gobierno de las palabras, que es como decir que es
de noche cuando en realidad han bajado las persianas y el absoluto
dominio sobre los poderes que pudiendo hacer algo, no hacen nada. La
justicia, la democracia y las instituciones políticas han sucumbido a la
mentira, la traición, la apostasía y la corrupción. Han dejado de
servir para lo que se erigieron. Para atender a los ciudadanos, hoy
convertidos en clientes. Si usted Sr. Rajoy controla esto, sabe que
tiene vía libre para convertir el Estado en una tripería. Salvo que;
salvo que un día, una chispa, una voz, una gota de sangre, un fulgor,
una muerte, un grito, una consigna, incluso un poema estimule una
reacción en cadena, como si todos estuviéramos encerrados en ese bosón
de Higgs y provocáramos un colosal choque de partículas. Entonces,
aupados por el nosotros contagiado de venganza, devolveríamos a la
historia su función. Hacer girar el mundo. Y es que la historia no se
repite, pero fabrica constantes. Y lo que es cierto es que Rajoy juega
en esta vida como si la historia hubiera firmado su defunción
definitiva. Pareciera que está poniendo a prueba la ductilidad de los
españoles. Pero ignora que la historia es incontrolable y que quizás un
día su elipsis estalle sin aparente causa ni justificación. Quizás
entonces el rumbo gire bruscamente.